miércoles, 18 de mayo de 2011

Conan contra la crisis



En una habitación de la ciudadela de techos de plata y puertas cubiertas de jade, tenía lugar el extraño cónclave. Conan de cimmeria, casi desnudo y con el cuerpo cubierto de sangre seca, permanecía encadenado con grilletes de acero a las columnas de marmol. A ambos lados de él, había una docena de hombres del este, armados con alabardas.

En contraste con esta escena, el Khan de los Khanes y sus esbirros disfrutaban de las mieles de la victoria. Tumbados en cojines de seda, los traidores contaban sus monedas mientras disfrutaban de los placeres del más exquisito vino y las más hermosas mujeres. Entre las esclavas, Conan reconoció las curvas de Ophelia, una de las doncellas cubiertas con velo que el cimmerio conoció en la lejana Keshia.

Strauss Khan cruzó la mirada una vez más con la de su enemigo. Aquellos fulgurantes ojos azules se clavaban como hielo en el corazón del tirano. Si cualquier hombre de la ciudad le hubiese mirado de semejante forma, le habría mandado ejecutar de inmediato. Pero, tratando de demostrar que nada había que temer de aquel prisionero, el Khan emitió una sonora carcajada.

Conan habló finalmente. Y su voz profunda, como un león rugiendo, hizo temblar toda la estancia.

-¡Demonios de Crom! ¿Ni siquiera sabéis robar y cometer pillaje de forma honesta que tenéis que engañar a los que apenas tienen para comer? ¡En todos mis años como pirata jamás me crucé con malnacidos como vosotros! Te haces llamar Khan de los Khanes, pero cualquier ratero estigio merecería antes ese título. ¡Demuestra lo que vales, perro y suéltame! ¡Combate contra mí!

‎El orgulloso Strauss Khan frunció el ceño ante las insolentes palabras del Cimmerio. En su larga vida, jamás un hombre de Hyrkania había nadie osado desafiarle de semejante manera. El tirano hizo un gesto con la mano que todos en la sala entendieron: iba a tener lugar un duelo. Todos los presentes observaron a su líder, con una mezcla de incredulidad y temor.

Ophelia sacó entonces una llave de bronce de su cinto y con ella libró al bárbaro de los grilletes. Conan arrojó a la muchacha una mirada lasciva pero fugaz e, inmediatamente después, se giró hacia su enemigo.

Furioso, Strauss Khan desenvainó su cimitarra y atacó a Conan dibujando un gran arco en el aire. Aquel corte preciso habría rebanado el cuello a cualquier hombre civilizado, pero el bárbaro, moviéndose con la velocidad de un puma, lo esquivó en el último momento y propinó una poderosa patada en el estómago al director del Fondo monetario internacional. El infeliz cayó fulminado en el suelo, mientras de sus labios manaba una espuma sanguinolenta.

Los soldados hyrkanianos saltaron rápidamente sobre el agresor. No había hombre en los reinos hyborios que hubiese podido hacer frente en solitario a la guardia de élite del Fondo monetario. Pero Conan se había criado en los oscuros bosques del lejano norte, donde cada día significa una lucha a muerte contra la naturaleza. Obedeciendo a sus instintos antes que a su razón, el cimmerio propinó un puñetazo al más alto de los guardias y le arrebató su arma. El inmenso bárbaro partió el asta de la alabarda para usarla como hacha.

Dominique Strauss Khan maldijo su orgullo mientras se arrastraba por el suelo de mármol blanco. Armado y prevenido, ya nada ni nadie podría hacer frente a la ira homicida de Conan. Iba a tener lugar una masacre que sería recordada por años de años.

-"La crisis del negro" de Robert E. Howard. Weird Tales, 1931.



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